Parece que la actual política de recortes es insaciable, y además parece que la próxima víctima vamos a ser nosotros, o sea, la juventud. Sabemos a lo que nos referimos: la reforma de las pensiones. La principal modificación acordada se dirige a la ampliación de la edad de jubilación, que pasa de los 65 años a los 67 y la cotización necesaria para poder acceder al 100% de la pensión pasa de los 35 años actuales a los 37. Mientras tanto, las asesorías laborales dicen que estaba claro que era necesario tomar medidas, pero que no saben hasta qué punto llegarán a ser efectivas, por lo que la receta que nos mandan es que nos preparemos y acudamos a los sistemas privados de jubilación que al menos nos proporcionen una cierta estabilidad. Sin duda suena alentador.
Toda la gente no odia su trabajo pero, obviamente a nadie le gusta trabajar más de la cuenta, menos si es un trabajo duro y mal remunerado, y qué decir a partir de los 60 años… Entonces nos surge a todos la gran pregunta: ¿La reforma de las pensiones que el gobierno quiere llevar a cabo resulta inevitable?
Esa es la pregunta clave. Sin embargo, aquí topamos con la incertidumbre que conlleva acertar sobre un tema de tal calibre, algo que para la inmensa mayoría de la población, carente de los conocimientos económicos necesarios, le resulta prácticamente imposible.
Aceptaremos de buen grado trabajar hasta los 67 bajo cualquier condición? O, por el contrario, resistiremos ante esta nueva imposición tal y como por ejemplo ha ocurrido en Francia. ¿Y si tal vez fuéramos capaces de vislumbrar una perspectiva más amplia que nos permitiese, teniendo en cuenta las alternativas propuestas, concebir dicha reforma como una medida no tan justa y necesaria?